Revolución procede del latín revolutĭo, -ōnis, es un cambio social organizado, masivo, intenso, repentino y generalmente no exento de conflictos violentos para la alteración de un sistema político, gubernamental o económico. En argentina, estamos gobernados por personas que se dicen revolucionarios. Pero que sin embargo mantienen a raja tabla su propio status quo.
Revolución es usado como vocablo sinónimo de ‘inquietud’, ‘revuelo’ o ‘alboroto’ y por otro lado es usado como ‘cambio’, ‘renovación’ o ‘vanguardia’ y por ello su significado depende del lado en que se está de la historia de la revolución. Los revolucionarios gobernantes piensan ahora que aquellos que tenemos intenciones libertarias o liberales somos los que revolucionamos su tranquilo populismo.
La diferencia entre revolución y rebelión, dentro del ámbito de las ciencias sociales y ciencias políticas, radica en que la revolución implica necesariamente un cambio concreto y generalmente radical y profundo, en cambio la rebelión no es organizada y se caracteriza por la revuelta como característica esencial humana. Esta aclaración viene a colación en mi diario de hoy porque creo que necesitamos una revolución cultural. Dejar de lado un montón de parámetros anquilosados en los culos pesados y millonarios de los que se dicen progresistas, pero sostienen un estado monarca y lleno de corrupción y avalan líderes de pacotilla que se creen pastores de un rebaño servil. Habemos aún muchos ciudadanos independientes que no nos creímos relatos construidos para devaluar la educación, que padece sindicatos nocivos y degradantes, la salud, que dicen defender pero que, a costa de sus propios bolsillos, dejan sin un salario digno, la seguridad, llena de jóvenes que se suman por falta de trabajo, sin vocación y a los que exponen a morir con sueldos miserables, el transporte, que hoy en día no existe, ante el aislamiento y las fronteras creadas, pero que vive constantes abusos de un sindicato que destrata y amenaza como método. Hay que desterrar el mito de que el progresismo pasa por alejarse de la ley y de políticas culturales realistas y libres, que no construyan falsas retóricas. Las demagogias construidas es para un grupo de dirigentes que se enquistó en el poder y hambrea al pueblo. Debemos salir de esas falsas premisas. Hay que educar, pensar, repensar y cuestionar para poder crecer.
Según los antiguos griegos hasta la edad media, como Platón y Aristóteles, la revolución fue considerada como una consecuencia evitable de la decadencia e incerteza del sistema de valores, los fundamentos morales y religiosos de un Estado. ¿No les suena conocido?
En la época del Renacimiento que empieza el pensamiento revolucionario moderno. El inglés John Milton (1608 – 1674) fue uno de los primeros en considerar la revolución como: una habilidad de la sociedad para realizar su potencial y un derecho de la sociedad para defenderse de los tiranos abusivos. Milton asumía la revolución como la manera de la sociedad para alcanzar la libertad asociándose al concepto de la ‘utopía’.
Pero yo hoy escribo mi diario para proponer una revolución en la cultura, en la educación, en la mirada social, no una que conlleve violencia, en un mundo donde se somente al ciudadano a rebaño, pensar es revolucionario. Pensar distinto es un arma poderosa. En mecánica, por otro lado, una revolución es un giro o una vuelta completa de una pieza sobre su eje. Eso necesitamos. Dar vuelta una historia construida a costa de la riqueza de un país y de los sueños de los ciudadanos. Nos nos cuidan, nos destruyen, en salud, basta ver los números, en economía, miremos nuestros bolsillos, en política, estamos aislados del mundo, cada vez más y en seguridad, para muestra sobran botones. Para no caer en lo mismo que quienes nos gobiernan, recordemos al maestro Carlos Fuentes cuando dijo: Las revoluciones las hacen hombres de carne y hueso, no santos, y todas terminan por crear una nueva casta privilegiada.