Diario de Cuarentena: Mito

¨Nada hay fijo en la vida fugitiva: ni dolor infinito, ni alegría eterna, ni impresión
permanente, ni entusiasmo duradero, ni resolución elevada que subsista toda la vida.
Todo se disuelve en el torrente de los años. Los minutos, los innumerables átomos
de
pequeñas cosas, fragmentos de cada una de nuestras acciones¨.
Los dolores del mundo
Arthur Schopenhauer

Un sábado nuevo. Con la sensación de haber sido vivido, no es precisamente un dejá vu, más bien se trata de un hastío proletario producto de tantos días abrasados por el miedo. Descartada la posibilidad de proyectar aquello que no voy a poder cumplir, tiendo a filosofar. Y mientras pongo el lavarropas y veo girar los manteles manchados por los niños envueltos que le compré anoche al Tano, casi que giro con ellos. Me doy una vuelta entera al pasado, revoleo a Grecia y a Roma, me escondo en Platón y tras él, decido plasmar en el diario de hoy la necesidad de derribar mitos que atrofian.

El mito es la historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de una persona o de una cosa y les da más valor del que tienen en realidad. ¿Te suena? En Argentina estamos llenos de mitos. Los creamos como si fueran las ostias con las que comulgamos para seguir respirando. Mitos históricos, mitos actuales, mitos urbanos. Nuestra vice presidenta es uno de ellos. Un mito increíble. Una señora enmascarada en bases importadas, maquillada por demás, con ropa que habla varios idiomas , oros y diamantes que acaricia a otras señoras humildes con canas sin teñir y uñas gastadas, poniendo cara de «yo te voy a salvar» mientras se sube al auto entre guardaespaldas trajeados, envuelta en perfume francés. Que va y viene por el mundo libremente mientras nosotros tenemos controlada la sube. Un mito. Barato, pero mito al fin. Sino, es imposible que alguien le crea. Como lo fué Alfonsín, llamado ahora «padre de la democracia» pero al que en su momento le quemaban las papas y se fue antes de que lo echen. En el cliché, entran Perón, Eva, el Che y unos cuantos más. Ahora,¿ por qué esa necesidad de recurrir al mito? Tal vez en el caso de nuestro país nazcan de la perplejidad.

Vivimos en un mundo que existe inmanente a sí mismo, cuya existencia es tan real como un sueño, porque no hay más que irrealidades en las que nos movemos tratando de creer que son lo que no son. Trascendemos una y otra vez a atroces gobiernos como si fuésemos sujetos volitivos que todo podemos lograr. Pero aunque la voluntad sea la cuestión, aunque sea nuestra «cosa» perseguida, la realidad nos demuestra que estamos en problemas. No nos van a salvar los mitos. Cualquiera sea su género.

Es posible que como sociedad, hayamos buscado una suerte de “salvación”, pero ésta solo quedó en el discurso. En la larga exploración dentro de los terrenos mitológicos que hemos ido sosteniendo en nuestra democracia, atesoramos el costado estético de los mitos construidos más que lo relativo a las políticas de estado y a los contenidos. Por lo tanto, no es posible hablar de ningún dogma o nada que fuera palpable y redima a nuestros mitos de cartapesta. Tampoco es posible siquiera afirmar, que alguno de ellos fue en busca de redención espiritual a través de lo religioso o lo mitológico. De ellos, solo se perpetúa su razón estética como poderosa metáfora.

Cuando termina el lavado, saco la ropa y la tiendo, tratando dejar correr en ese gesto, la historia mojada de traiciones que tal vez nos merezcamos.

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