Diario de Cuarentena: Hacen falta límites.

Buen día, aunque nos falte sol, en el día de hoy decidí echar luz sobre algunas cuestiones relacionadas con el orden moral, porque por muy elevado que tengamos en lo discursivo el sentido altruista que adorna a los humanos, incluyo a todas las personas, etnias y subgéneros locales, debemos tomar en cuenta que las tentaciones existen y que un número bastante numeroso al encontrarlas,no hacen lo que dicen y aprovechan lo que se les presenta. Hay una gran hipocresía en la critica a la corrupción. De no ser así no nos gobernarían corruptos. Por eso es  conveniente que existan mecanismos eficaces de control que limiten el poder de aquellas personas que ocupen puestos públicos, y que por si su voluntad no resiste la tentación, al menos teman el castigo. Pero no, en Argentina la justicia teme a quien debe castigar. Estamos ante dilemas morales.

No existen seres perfectos. Toda investidura de poder debe vigilarse, todo sistema político, más allá de las personas deben estar restrictivamente estructuradas. Limitados.Es un principio fundamental de los sistemas liberales- parlamentarios – occidentales, que está vinculado con la esencia de las constituciones, pero este principio básico, fue asaltado por ideologías más intervencionistas, no entro aquí a valorar sus méritos,  que se ven fortalecidas por los actuales avances tecnológicos, otorgándole a los personajes públicos un  poder de controlar y corromperse que supera al que tenían antes de la era del conocimiento. En nuestro país están interviniendo justamente las redes.

Entonces,  si el estado es cada vez más poderoso, con más cuotas de poder y engorda sumando más y más personas dependientes de él en todos sus niveles,  implica que hay cada vez más individuos que puedan aprovecharse de su puesto, personas con sus debilidades y flaquezas, expuestas a la tentación de administrar la “cuestión pública” como mejor les parezca a sus intereses.  Debemos confiar en una moral pública, sería la pregunta. Para respondernos, debemos tener en cuenta que la capacidad de controlar informáticamente a las personas puede llegar a ser total, y estos poderes fácticos, nacionales e internacionales, controlan cada vez un mayor porcentaje de la riqueza colectiva, por vía impositiva directa, indirecta y mediante tributos especiales, con lo cual los ciudadanos efectivamente pierden en su mayor parte la capacidad  de  decidir sus preferencias en favor de esa maquinaria estatal, y si esa cesión de su independencia, económica y social, se tradujera solamente en un sistema de gastos controlados, donde claramente se viera que el producto de su sacrificio tributario se tradujera en bienes que favorecen exclusivamente a la sociedad, aun estando en contra de los teoremas socialistas,  habría una lógica, pero si a lo que asistimos es que todos, y cuando me refiero a todos es que son todos los partidos, están infectados de corrupción congénita, simplemente porque su propio funcionamiento requiere de las contribuciones que mantienen sus megas estructuras sin las que no pueden funcionar, estamos en problemas. Nuevamente éticos o morales.Siento entonces, que  las ideologías ya cuentan poco, estamos ante juegos de ambiciones e intereses personales, por ente más corruptos, sin la fibra moral en esa ecuación de poder.

Vemos hoy restringida dramáticamente la libertad de las personas, por un inmenso poder coercitivo que plantea una disyuntiva de baja calaña, si no hacés lo que digo sos la muerte. Es lo que el Estado ordena o sos asesino. La bajeza moral en su máxima expresión, partiendo de un gobierno que no acierta y que nos ha dejado librados a nuestra suerte porque sus preocupaciones y ocupaciones no responden a la realidad social. Para que todo eso no vuelva a ocurrir a nuevas generaciones hay que replantearse bases impositivas proporcionales a la hora asignar recursos por parte de la autoridad fiscal así como unas normas de privacidad de cara a la autoridad gubernativa para respetar la libertad de las personas sobre todo cuando los recursos de estado parten de los recursos obtenidos individualmente por los pocos habitantes productivos que van quedando. Hay que pensar en una moral fiscal.

Si de verdad se busca  sanear el sector público y eliminar tentaciones, redimensionar este modelo de estado, cada vez más poderoso y controlador, una situación de la que se deriva una corrupción inevitable, pues la naturaleza humana, salvando excepciones honrosas, es vulnerable al halago del poder y a la corrupción,. Los partidos políticos, todos, acaban por enrocarse en una endogamia corporativa que degenera y acaba pudriendo el sistema.

No soy tan simplista como para pensar que por ser los estados más reducidos y sencillos vaya a desaparecer la corrupción, siempre habrá ocasión para el uso indebido de fondos entre aquellos que ejercen el poder y sus tributarios, pero será más fácilmente controlable, fiscalizable,  será menor, no este despropósito que nos ahoga, para financiar al sistema. Adam Smith decía que cuanto más recursos manejen las particulares mejor le irá al conjunto, con ciertos controles necesarios. Hoy vivimos en la vereda opuesta. Todo lo maneja un sistema corrupto, ajeno a la moral pública, cuestionado y cuestionable que nos avasalla para poder engullirse el producto de nuestro esfuerzo y que miente a diario, seguro de que los ciudadanos, cada vez más dependientes, temen. A un virus respiratorio que los ahoga, y si no, los asfixia el gobierno.

Diario de Cuarentena: Hablemos de Solidaridad

La Real Academia Española de la Lengua (RAE) define solidaridad como la “adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. Ante algunos cuestionamientos sobre mi solidaridad. que tuve ayer por un posteo en el que critiqué los decretos presidenciales y la pena de prisión que rige si uno decide en su propia casa no acatar órdenes como: ventilar, lavarse las manos o reunirse con gente, claro avasallamiento de los derechos individuales. Estos decretos son dictatoriales e impropios de una democracia, pero me interpeló el comentario, porque me gusta poner en duda todo lo que pienso y me puse a analizar el tema de la solidaridad.

Algunas personas confunden la creación de leyes impositivas y de regulaciones laborales feroces con la solidaridad. Otros confunden gastar el dinero de otros con ser solidario. Como parezco un pez raro en un mar de peces que van claramente hacia la izquierda conceptual, creo oportuno explicarles lo que los liberales solemos entender por solidaridad.

Adam Smith decía,que «por muy egoísta que se suponga que es el hombre, es evidente que hay en su naturaleza algunos principios, que le hacen interesarse por la fortuna de los demás, y hacerle necesaria su felicidad, aunque nada derive de ella si no es el placer de verla». ¿Cual es mi punto de enlace con Smith? que pienso, como él que la solidaridad solo se da en libertad. Es decir, el individuo, para ser solidario, tiene que tener la libertad de elegir cómo, cuánto y a quién da parte de sus recursos y de su tiempo. No puede ser algo impuesto.

Y esto tiene mucho que ver con el individualismo, palabra que suele ser considerada sinónimo de egoísmo, y no son lo mismo en absoluto.El individualismo es la tendencia a pensar y obrar con independencia de los demás y el egoísmo es el inmoderado y excesivo amor de sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Y así se fue distorsionando lo que los liberales entendemos por individualismo. Friedrich Hayek, uno de los pensadores liberales más importantes del siglo XX, decía que «el individualismo verdadero afirma el valor de la familia y de todos los esfuerzos conjuntos de las comunidades y grupos pequeños, cree en la autonomía local y en las asociaciones voluntarias y, de hecho, el caso en su favor descansa fuertemente en el argumento de que mucho por lo cual usualmente se pide la acción coercitiva del Estado puede lograrse mejor mediante la colaboración voluntaria».

Y si no veamos el día de hoy, donde el estado cree que con 10000 pesos quitado de los impuestos «solidarios» resuelve el impedimento de trabajo y derechos y el hambre de una familia, mientras que los ciudadanos, entre ellos, de manera voluntaria asisten alimentariamente a niños, familias, abuelos; se cuidan, crean grupos de protección vecinales, compran comida a aquellos que emprenden culinariamente ante la imposibilidad laboral, panes y tortas a otros, donan materiales, ayudan en construcciones, y apoyan los negocios locales con pequeñas compras para que no mueran. Lo importante es que lo hacen sin que nadie los obligue y lo podrían hacer más si tuvieran ingresos más altos y si el Estado no se llevara un gran porcentaje de esos ingresos. También podrían hacerlo más si el Estado no obstaculizara la creación de riqueza. Si desde hace años no se intentara nivelar hacia abajo, impidiendo con el asistencialismo la movilidad de clases y manteniendo la riqueza en manos que hablan de solidaridad con la impunidad de los hipócritas.

Si queremos de verdad ser solidarios, por qué no pensar en la cantidad de recursos que reciben las entidades del Estado que deberían ocuparse del desarrollo social, y consideremos qué harían las personas en forma privada con esos cuantiosos recursos , unidos en una causa común como darle una mejor educación o mejor vivienda o mejor atención médica a quien lo necesite.Las organizaciones privadas sin fines de lucro que atienden a los más necesitados demuestran hoy que todavía es posible la solidaridad sin obligatoriedad. Por último pensemos quién creemos que manejará de manera más eficiente los recursos destinados a los humildes ¿una organización pública donde políticos y burócratas administran el dinero de otros o una organización privada donde los que la financian gestionan sus propios recursos?

Los liberales sentimos un deber la defensa de los derechos básicos del individuo que son la base de su autodesarrollo. Si se defienden los derechos fundamentales de los individuos, no se pueden aceptar las restricciones impuestas por la comunidad a otras formas elegidas para la vida privada. Es decir apoyamos la diversidad. Y por supuesto que creemos que la solidaridad es fundamental. Que el otro somos nosotros, por eso deseamos para ese otro la posibilidad concreta de crecer, de ser y vivir con todos los derechos que otorga nuestra carta magna en forma plena. Se habla hoy en día de derechos de solidaridad, en realidad es difícil pensar la solidaridad como un derecho. En primer lugar, la solidaridad es siempre, o casi siempre, un acto supererogatorio. Somos solidarios en la medida en que somos conmovidos por el sufrimiento, desventaja o marginamiento de otros. De ahí que pueda preocupamos tanto la suerte de una minoría étnica o religiosa en un país lejano, como la suerte de los trabajadores inmigrantes de nuestros propios países. No es una coincidencia que hoy en día los problemas que surgen a partir de la negación de
derechos humanos fundamentales, se hayan internacionalizado de tal manera que ningún gobierno pueda contrarrestarlos con el ya muy inútil calificativo de «intervencionismo».
El respeto por los individuos debe en ocasiones, por encima de cualquier otra consideración, mantener intacto el ámbito de lo privado. En segundo lugar, la apelación al reconocimiento de derechos colectivos se hace posible a partir del reconocimiento de derechos individuales. Pero aun si partimos de colectividades como minorías étnicas, religiosas, extranjeras, etc., podemos perder de vista que es a los individuos, dentro de estos grupos, a quienes se busca proteger a través del reconocimiento de unos derechos morales que eventualmente llegan a tener peso jurídico y que operan como exigencias válidas, de mutuo respeto, tanto en el plano nacional como en el internacional y tanto en el plano de lo colectivo como en el de lo individual.

Si deseamos encontrar una base contractual para la solidaridad, dicha base no podría ser la reciprocidad. Solamente podría hallarse en la conciencia de que hemos sido o seremos protegidos por el reconocimiento que otros nos confieren como individuos y colectividades dentro de la humanidad.
Es ese reconocimiento el que también nosotros podemos reclamar para todos los seres humanos. Incluso para las generaciones futuras. Suena a utopía. Una necesaria.
El liberalismo no es ajeno a ella.