No creo que ese nene de villa, de campito y de sueños sea el que se fue ayer. Ese quedó entre nosotros, gambeteando la vida. Ganando con la mano, con las uñas, como sea, subiendo arcoiris fantásticos elaborados con talento y garra. Ëse sigue dando pelea a lo que sea, al hambre, el deseo, sigue luchando por la octava de Argentinos, con los pozos en las mejillas sonrientes y esa boca carnosa de fútbol y magia.
El que se fue, para siempre, es el doliente, el que pudo ser capaz de lo innombrable, el del rencor y el odio y las traiciones, el que negó su sangre y se maldijo por hacerlo. El mismo que pudo golpear y ser destinatario. El que se vendió a la suerte por un gramo y se dejó convencer de ser Dios. Ese partió.
Pero el diez, el de las curvas en la altura, la interminable destreza, el creativo, el hijo de doña Tota, se quedó para siempre y ya es leyenda. Y se lo contás a tu hijo y él se lo cuenta a tu nieto y lo cuentan en Nápoles, en Londres y en Dubai. Se comenta que anoche vieron sus rulos en el Maracaná y que le comió la boca a una princesa rusa, dicen que se estacionó en una ferrari para ver por última vez el mediterráneo y le pidió a la Claudia canelones caseros.
Porque los hombres errados, se mueren así, responsables de su propia autodestrucción, pero los ídolos….
Para despedir a un hombre con todas las contradicciones de hombre y algunos perdones no merecidos, me vienen la palabras de Marguerite Yourcenar: Mis triunfos y mis riesgos no son los que se cree; existen glorias distintas de la gloria y hogueras distintas de la hoguera. He llegado casi a desconfiar de las palabras. Moriré un poco menos necio de lo que nací.
Que tengas paz diez.