Cada semana, los días sábado, reseñaré un libro, para compartir autores, para visibilizar nuevas voces para que la lectura sea. Este primer sábado del año la autora es Selva Almada, entrerriana, discípula de Laiseca, una autora que tiene poderío en su relato y que cuenta historias de su tierra, que se transforman en universales cuando puede hablar de los temas primordiales, vida, muerte, traición, amor.
La historia se centra en Enero Rey, su amigo el Negro, el hijo de un amigo muerto-que sin embargo está todo el tiempo presente- que salen de pesca y logran comprometernos con sus crueldades, algo de fantástico y siniestro atraviesa todo el tiempo a estos hombres, al punto de volverlos inasibles. Creemos conocerlos pero no, creemos comprenderlos pero no, siempre hay un dejo que fluye como un río y nos impide hacernos de la verdadera historia.
Enero y el Negro llevan de pesca a Tilo, hijo adolescente de Eusebio, el amigo muerto. Mientras beben y cocinan y hablan y bailan, lidian con los fantasmas del pasado y con los del presente, que se confunden en el ánimo alterado por el vino y el sopor.
Es deliciosa la descripción que hace la autora de la flora y fauna lugareña, y como una red va mezclando la ensoñación con la realidad, lo que acontece con lo que se supone, y los personajes se suman a isleños, al palpables. Todo pertenece a esta novela: madre, hermanas, amigas, hijos, animales y vegetación, todos transitan el mismo cauce, uno que nos deja boquiabiertos esperando más río, un río que no es lo que deseamos sino lo que es. Selva Almada completa así, su trilogía de varones, inaugurada con El viento que arrasa y seguida inmediatamente por Ladrilleros.
No es un río es una novela demasiado corta, a mi juicio, pero con todos los ingredientes para conmover, con voces que se nos vuelven carne y recursos muy bien utilizados. Vale la pena.