Día 8. Día gris. Una mosca gira sobre mí. la palmera está quieta, lo estoy. Inicialmente quieta cada mañana hasta que le pido a mi cuerpo que siga. Que ésa es la cuestión. Seguir hasta que cristo esté en la cruz. No importa si para vos ya vino o no al mundo, la corona nos acecha igual. Y vamos corriendo tras las horas para no perderlas.
Un silencio, que rompe la sirena de la ambulancia, habita la ciudad. Pero si escucho bien, también hay trinos, antes perdidos en el murmullo cotidiano. Y me imagino una escena de hace décadas, cuando no pululaban los autos y los micros, pero sonaban pájaros.
Así es la vida, toca lo que toca, por eso me levanto y empiezo a molestar. Que nadie ayuda, que estoy cansada de limpiar, que no soy sierva. Pero igual hago, con esa cuestión femenina de la queja sin acto y en un momento en que nadie me ve, me asomo al patio con los ojos en lágrimas. Las limpio y me acomodo la corona. Como cristo en la cruz.
Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?
J.L.Borges.